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En los comienzos del hombre, esta tierra era llana y estaba cubierta de prados donde vivían pastores nómadas. Una de las familias, tenía una hija radiante que amaba a un pastor. Este joven le correspondía.

Sucedió que un día un amigo del pastor quiso obtener los favores de su amada. Si bien la muchacha no dejó de pensar en él, Satán hizo que en el pecho del amante se incubasen la desconfianza y después los celos. Tan herido llegó a estar nuestro pastor que buscó al que creía contrincante y le mató.

Al enterarse la muchacha de la tragedia quedó muy apenada y quiso Satán que el pobre pastor viera en este gesto una confirmación del amor que él imaginaba entre su amada y su amigo. La ira le enloqueció y a quien más amaba quitó también la vida.

Los clanes de los fallecidos se lanzaron a la guerra contra el pastor arrebatado. Lucharon y lucharon hasta matarse todos sobre el llano, enardecidos por relámpagos que chispeó el cielo. Mientras agonizaban los últimos contendientes, se callaron los truenos y comenzó una lluvia de piedras que sepultó los cuerpos.

Intentando sobreponerse a la debilidad de aquel momento, Yahvé hizo acopio de sus fuerzas y sopló hasta trasladar la tromba sobre el pasto donde yacía la inocente muchacha. Manipulando la caída de las rocas conformó una montaña de granito que, a modo de sepultura gigante, reprodujo la figura de la enamorada.

Del pastor engañado se sabe que no murió, pues hay quien le ha visto por las laderas de la Mujer Muerta, aullando de pena sobre los canchales plateados.


©Pedro de la Peña García | devalsain.com